Desde el inicio de su carrera Isabel Coixet se ha caracterizado por su manera íntima y personal de contar historias, yendo muchas veces a contracorriente: Rueda una película en Estados Unidos con el mejor sabor del cine independiente, Cosas que nunca te dije (1996), luego un filme romántico como hacía tiempo que no se hacía, A los que aman (1998) o enmarca una historia muy especial en un espacio peculiar y reducido en La vida secreta de las palabras (2005). Estos títulos y otros más marcan además su vocación internacional, aunque siempre con modestia y un poco de ambición.
En La Librería, su nueva película, se rodea de un reparto muy sólido para contar una historia llena de sentimientos, buenos y malos, y muchos libros, basándose en la novela de la autora británica Penelope Fitzgerald. El personaje principal, lo encarna Emily Mortimer, que maravilló a un servidor desde que la vio interpretar a la bondadosa esposa de Jonathan Rhys Meyers en Match Point (Woody Allen, 2005), aunque ya tenía una gran carera detrás. Su personaje es la bondad personificada y su deseo de ganarse la vida regentando una modesta librería choca con los deseos del personaje que interpreta Patricia Clarkson, quien vuelve a trabajar con Coixet tras títulos como Elegy (2008) o Aprendiendo a conducir (2014), además de volver a coincidir con Mortimer después de Shutter Island (Martin Scorsese, 2010). Su elegancia y educación de cara al exterior contrastan con sus frías y malévolas intenciones. Pero quien, bajo un prisma personal, roba todo el protagonismo es Bill Nighy, visto hace pocos meses en Su mejor historia (Lone Scherfig, 2016). En La Librería está quizás en dos de las mejores escenas de toda la película, la merienda con Mortimer y su enfrentamiento con Clarkson donde da toda una lección interpretativa.
Coixet pone el ojo también en la importancia de los libros en la vida y cómo pueden dejar huella al igual que las personas. Ojo al protagonismo de Ray Bradbury y Nabokov en el conjunto. La Librería es una declaración de amor a la literatura como lugar donde perderse y fomentar la imaginación (y a las cartas como medio para comunicarse) pero también es una crítica a la intolerancia por parte de personas poderosas a las que los libros les importan poco con traiciones inesperadas, de ahí que el final sea algo triste aunque se compense con una escena final llena de esperanza y de la citada huella que se ha quedado en uno de los personajes.
Los aspectos técnicos son muy destacados para lograr una perfecta ambientación de la inglaterra de finales de los años 50 del siglo XX. La fotografía de Jean-Claude Larrieu, asiduo colaborador de Coixet desde Mi vida sin mí (2003) y nominado al Goya por Nadie quiere la noche (2015), es sencillamente perfecta, creando bellas imágenes y la delicada música de Alfonso de Vilallonga complementa perfectamente la intimidad de la historia, mientras que el vestuario de Mercé Paloma remata la recreación de la época.
La Librería enseña una cosa muy actual: Los buenos sentimientos no tienen nada que hacer frente a personas con poder empeñadas en lograr sus propósitos, ante lo que no se detienen ante nada, lo cual es una pena, porque apisonan a gente de buen corazón que lo último que desean hacer es crear problemas.
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