Para un servidor, licenciado en Filología Inglesa, la noticia de que se representa una obra de William Shakespeare siempre es una gran noticia, y más aún, si no la ha visto en escena, lo que ocurría en el caso de Rey Lear. La posibilidad ha llegado gracias a Atalaya, de quien un servidor buena gratos recuerdos del último montaje que vio de esta compañía: Marat Sade, de Peter Weiss.
Rey Lear es una de las grandes tragedias del autor de Hamlet u Otelo que ha conocido sonadas versiones en España como las tres dirigidas por Miguel Narros: en 1967, con Carlos Lemos, Agustín González y una joven Ana Belén en el reparto, la segunda, en 1982, con José Pedro Carrión, Juan Gea y Fermí Reixach y la tercera, en 1997, con Helio Pedregal y Manuel Tejada en el reparto. También Calixto Bieito dirigió una versión modernizada al servicio del gran Josep María Pou en el 2004 y la reciente versión (2015) de Luis Pasqual con la gran Núria Espert como cabeza de cartel fue muy premiada. Tampoco hay que olvidar un gran Estudio 1 con versión de Antonio Gala con Manuel Dicenta, Alicia Hermida, Jaime Blanch y María José Alfonso de 1967.
Con todos estos antecedentes un servidor no podía desaprovechar la oportunidad de ver en escena este trágico clásico del teatro y puede afirmar que la versión que dirige y firma Ricardo Iniesta es absorbente y potente. En honor a la verdad, durante los primeros cinco minutos, en un servidor reinó el desconcierto por la sorpresa de la concepción de la puesta en escena pero, tras ese inicio, se dejó arrastrar por un espectáculo cuidado y que no deja indiferente al finalizar. Porque Rey Lear, trasfondo histórico aparte, es un gran retrato de la condición humana, sobre todo de los errores y las consecuencias que estos conllevan o de las dobles caras de las personas por la ambición, así como del desprecio y el amor de los hijos hacia sus progenitores.
Como bien se indica en el programa de mano esta obra va sobre la ceguera en todos los sentidos pero la física infligida violentamente es una clara reminiscencia de tragedias griegas como Hécuba de Eurípides, cuyo inicio es, además, la fuente de inspiración de Hamlet o Edipo Rey de Sófocles. Porque lo que se presencia es una auténtica tragedia donde las traiciones y el destino juegan sus cartas de manera cruel.
Hablando ya del montaje que Atalaya ha representado en el Teatro Central de Sevilla hasta ayer la concepción mencionada, reitera un servidor, sorprende, con una escenografía mínima pero muy simbólica del propio Iniesta donde las transiciones se producen casi sin darse uno cuenta, dejando los actores el marco escénico listo para la escena siguiente, con logradas canciones a modo de coro griego.
La historia de Lear y sus tres hijas se complementa con otra historia familiar igualmente trágica, la del conde de Gloucester y sus hijos Edmund y Edgar. La ambición y las lealtades juegan un papel importante Este entramado está muy bien hilado con una dramaturgia clara y concisa donde el maravilloso vestuario, obra de Carmen y Flores de Giles juega un gran papel, porque define a los personajes, resaltando un servidor el de las tres hijas citadas. Todas están vestidas de rojo pero la indumentaria de Goneril y Regan es, con matices, mucho más similar en comparación con el de Cordelia, evidenciando la maldad y la falsedad de las dos primeras, que luego jugarán en su contra, y la bondad de la tercera. La iluminación de Alejandro Conesa es potente y precisa para resaltar las escenas y los soliloquios particularmente, con un fondo rojo en el tramo final muy significativo.
A nivel interpretativo el conjunto actoral está muy compenetrado y es inevitable hablar en primer lugar de la gran composición de Carmen Gallardo como Lear, evidenciando que el actor se puede meter en un personaje a fondo sin importar que sea del sexo contrario.
Siguiendo la estela en España cuando, en 1976, protagonizó La casa de Bernarda Alba, de Blanca Portillo como Segismundo en el montaje de La vida es sueño dirigido por Helena Pimenta en 2012 y de Hamlet en el montaje que dirigió Tomaz Pandur, o la citada Núria Espert precisamente también haciendo de Lear, (por citar actrices que han hecho personajes masculinos) Gallardo hace suyo al personaje con maestría, una dicción perfecta y un viaje emocional y temperamental asombroso.
A un servidor le sorprendió, aparte de la interpretación que de él hace magníficamente Lidia Mauduit, el personaje del bufón, porque, aparte de hacer reír, dice verdades como puños e incluso es como una especie de oráculo de lo que ocurrirá más adelante.
Raúl Vera compone a un Gloucester desgarrador, víctima de la traición y con unos momentos finales sobrecogedores, mostrando su ductilidad a la hora de encarnar a Albany. Otro personaje muy bien construido es el de Edmund, por parte de Javier Domínguez, que se mueve con gran agilidad sobre el escenario y muestra claramente la maldad y el doble juego que quiere llevar para lograr sus fines, lo cual contrasta con la sensibilidad y amargura del Edgard, con el que un servidor empatizó mucho, a lo cual ayudó la perfecta composición de José Ángel Moreno, con un momento desprendiéndose de sus ropajes muy simbólico y de gran fuerza.
No se pueden dejar de mencionar tampoco las interpretaciones de las tres actrices que hacen de las tres hijas de Lear: Silvia Garzón, como Goneril, y María Sanz, como Regan, hacen unas composiciones buenas y, sobre todo, interesantes porque suenan intencionadamente falsas cuando declaran su amor hacia su padre, lo cual evidencia la naturaleza rastrera de los personajes, y luego se destaca el cambio de registro que hacen ambas cuando muestran su verdadero rostro. Elena Aliaga está siempre conmovedora como la sincera y compasiva Cordelia y un servidor reconoce que no la identificó cuando daba vida a Oswald, evidencia del gran trabajo de ella y de la carcaterización de Manolo Cortés, extensible a todos los personajes. Finalmente Joaquín Galán como Cornwall y Kent es otro ejemplo de capacidad de mudar de piel.
Este montaje de Rey Lear de Atalaya representa una continuidad de línea de trabajo que se sale de lo convencional, pero cuando se juntan unos grandes profesionales, se crean unos cimientos que hacen imposible que el castillo se derrumbe y Atalaya demuestra en este nuevo montaje estar muy sólida y con su sello personal intacto.
Con todos estos antecedentes un servidor no podía desaprovechar la oportunidad de ver en escena este trágico clásico del teatro y puede afirmar que la versión que dirige y firma Ricardo Iniesta es absorbente y potente. En honor a la verdad, durante los primeros cinco minutos, en un servidor reinó el desconcierto por la sorpresa de la concepción de la puesta en escena pero, tras ese inicio, se dejó arrastrar por un espectáculo cuidado y que no deja indiferente al finalizar. Porque Rey Lear, trasfondo histórico aparte, es un gran retrato de la condición humana, sobre todo de los errores y las consecuencias que estos conllevan o de las dobles caras de las personas por la ambición, así como del desprecio y el amor de los hijos hacia sus progenitores.
Carmen Gallardo, desgarradora en Rey Lear Félix Vázquez |
Como bien se indica en el programa de mano esta obra va sobre la ceguera en todos los sentidos pero la física infligida violentamente es una clara reminiscencia de tragedias griegas como Hécuba de Eurípides, cuyo inicio es, además, la fuente de inspiración de Hamlet o Edipo Rey de Sófocles. Porque lo que se presencia es una auténtica tragedia donde las traiciones y el destino juegan sus cartas de manera cruel.
Hablando ya del montaje que Atalaya ha representado en el Teatro Central de Sevilla hasta ayer la concepción mencionada, reitera un servidor, sorprende, con una escenografía mínima pero muy simbólica del propio Iniesta donde las transiciones se producen casi sin darse uno cuenta, dejando los actores el marco escénico listo para la escena siguiente, con logradas canciones a modo de coro griego.
La historia de Lear y sus tres hijas se complementa con otra historia familiar igualmente trágica, la del conde de Gloucester y sus hijos Edmund y Edgar. La ambición y las lealtades juegan un papel importante Este entramado está muy bien hilado con una dramaturgia clara y concisa donde el maravilloso vestuario, obra de Carmen y Flores de Giles juega un gran papel, porque define a los personajes, resaltando un servidor el de las tres hijas citadas. Todas están vestidas de rojo pero la indumentaria de Goneril y Regan es, con matices, mucho más similar en comparación con el de Cordelia, evidenciando la maldad y la falsedad de las dos primeras, que luego jugarán en su contra, y la bondad de la tercera. La iluminación de Alejandro Conesa es potente y precisa para resaltar las escenas y los soliloquios particularmente, con un fondo rojo en el tramo final muy significativo.
A nivel interpretativo el conjunto actoral está muy compenetrado y es inevitable hablar en primer lugar de la gran composición de Carmen Gallardo como Lear, evidenciando que el actor se puede meter en un personaje a fondo sin importar que sea del sexo contrario.
Siguiendo la estela en España cuando, en 1976, protagonizó La casa de Bernarda Alba, de Blanca Portillo como Segismundo en el montaje de La vida es sueño dirigido por Helena Pimenta en 2012 y de Hamlet en el montaje que dirigió Tomaz Pandur, o la citada Núria Espert precisamente también haciendo de Lear, (por citar actrices que han hecho personajes masculinos) Gallardo hace suyo al personaje con maestría, una dicción perfecta y un viaje emocional y temperamental asombroso.
A un servidor le sorprendió, aparte de la interpretación que de él hace magníficamente Lidia Mauduit, el personaje del bufón, porque, aparte de hacer reír, dice verdades como puños e incluso es como una especie de oráculo de lo que ocurrirá más adelante.
Raúl Vera compone a un Gloucester desgarrador, víctima de la traición y con unos momentos finales sobrecogedores, mostrando su ductilidad a la hora de encarnar a Albany. Otro personaje muy bien construido es el de Edmund, por parte de Javier Domínguez, que se mueve con gran agilidad sobre el escenario y muestra claramente la maldad y el doble juego que quiere llevar para lograr sus fines, lo cual contrasta con la sensibilidad y amargura del Edgard, con el que un servidor empatizó mucho, a lo cual ayudó la perfecta composición de José Ángel Moreno, con un momento desprendiéndose de sus ropajes muy simbólico y de gran fuerza.
El espléndido elenco de actores del montaje de Atalaya Félix Vázquez |
No se pueden dejar de mencionar tampoco las interpretaciones de las tres actrices que hacen de las tres hijas de Lear: Silvia Garzón, como Goneril, y María Sanz, como Regan, hacen unas composiciones buenas y, sobre todo, interesantes porque suenan intencionadamente falsas cuando declaran su amor hacia su padre, lo cual evidencia la naturaleza rastrera de los personajes, y luego se destaca el cambio de registro que hacen ambas cuando muestran su verdadero rostro. Elena Aliaga está siempre conmovedora como la sincera y compasiva Cordelia y un servidor reconoce que no la identificó cuando daba vida a Oswald, evidencia del gran trabajo de ella y de la carcaterización de Manolo Cortés, extensible a todos los personajes. Finalmente Joaquín Galán como Cornwall y Kent es otro ejemplo de capacidad de mudar de piel.
Silvia Garzón (Goneril), Carmen Callardo (Lear) y María Sanz (Regan) Félix Vázquez |
Este montaje de Rey Lear de Atalaya representa una continuidad de línea de trabajo que se sale de lo convencional, pero cuando se juntan unos grandes profesionales, se crean unos cimientos que hacen imposible que el castillo se derrumbe y Atalaya demuestra en este nuevo montaje estar muy sólida y con su sello personal intacto.
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