Que la vida es dura se sabe desde siempre y los más desfavorecidos intentan sobrevivir como pueden. Estas situaciones son lamentables y penosas pero afecta más al que las observa o presencia cuando los pobres son ancianos, mujres o niños. Precisamente historias sobre estos últimos en situaciones muy precarias o ya directamente en la mendicidad tienen una tradición literaria muy antigua, como demuestran los libros inscritos en el género de la picaresca española, como, por ejemplo, el anónimo Lazarillo de Tormes, o (algunos con picaresca y otro no) saliendo de nuestras fronteras, muchos personajes de las novelas de Charles Dickens.
El cine tampoco ha sido ajeno a mostrar a niños o adolescentes intentando sobrevivir como se puede ver, por ejemplo, en muchas películas del neorrealismo italiano. Los protagonistas de estas historias tienen la característica de que maduran precozmente porque su situación no les deja otra salida que adoptar esa actitud. Y eso es precisamente lo que la cineasta libanesa Nadine Labaki ha querido mostrar en su último filme estrenado, Cafarnaúm, nominado al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa (segunda nominación consecutiva, por cierto, para la cinematografía de este país tras El insulto) y Premio del Jurado en Cannes, entre otros galardones internacionales.
Cafarnaúm, aparte de ser un lugar citado en la Biblia, significa caos o leonera en francés, según explicó la propia Labaki quien también tiene un papel en su cuarta película, de la que además es coguionista. Tras Caramel (2007), ¿Y ahora adónde vamos? (2011) y un segmento de Río, te amo (2014) Labaki se mete en el barro de lleno (metafóricamente,claro) para denunciar la situación de los menores de edad en estado de extrema pobreza, entre otros temas.
Siguiendo la tradición de, por ejemplo, el cine iraní, de hacer a niños protagonistas de duras historias como la premiada Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004) o Buda explotó por vergüenza (Hana Makhmalbaf, 2007) Labaki nos presenta un juicio de un niño encarcelado por una agresión que demanda a sus propios padres por haberle traído al mundo. Esta insólita escena se explica perfectamente a través de la técnica del flashback donde se le muestra al espectador la forma de vivir de ese niño y del resto de su familia.
Con imágenes que parecerían de hace bastantes siglos atrás Labaki sumerge al espectador en el caos del título que es la zona pobre de Beirut y niños durmiendo encima de otros o encadenados por un tobillo para que no se escapen, incluso en plena calle ante la pasividad de los viandantes, son sólo unos ejemplos de las imágenes de un filme que es una patada demoledora a la conciencia, además de una feroz denuncia de la directora a la situación de su país y a las actitudes de los padres de muchas familias, que viven entre la dejadez y la explotación de sus vástagos como si fuesen pura mercancía.
Un servidor ha intentado apuntar sólo una parte de lo que ofrece Cafarnaúm, un filme donde los inmigrantes ilegales también tienen cabida pero, en este caso, para contrastar cómo afrontan el tener hijos personas liibanesas y extranjeras. Las peripecias del niño protagonista, donde su actitud desafiante ante situaciones injustas es muy destacada (su estancia en la cárcel tiene que ver con la reacción ante una terrible noticia que recibe) son las principales bazas de una película que no se corta un pelo ni deja títere con cabeza.
Labaki filma con tanta verdad que parece que se están a veces viendo imágenes reales pero la actriz, directora y guionista ha afirmado que nada de lo que se enseña en el filme es inventado y lo malo es que, desgraciadamente, no cabe duda de que dice la verdad ya que el lugar donde es recluido el protagonista previamente al juicio es tan desolador que es imposible que haya salido de la imaginación de alguien, lo cual también es una bofetada al sistema judicial.
Cafarnaúm es un filme necesario y contiene imágenes duras, pero hay veces que un arte como es el cine ha de mostrarnos realidades a las que a veces estamos ajenos o preferimos ignorarlas y no hay que olvidar que hay personas y, en este caso, niños, que viven en tal situación, que una sonrisa no les sale de manera natural, y eso es muy triste.
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