En la anterior crítica escrita por un servidor, sobre la obra de teatro Jauría, que trataba el juicio de La Manada, se incidía en que, si lo que se ve está basado en hecho reales de la más rabiosa actualidad, el espectador lo recibe de una manera más incómoda, aparte del hecho tratado, claro está, que escuece sea actual o no.
El cineasta francés François Ozon ha sido consciente de la dureza de lo que iba a contar al dirigir y escribir el guión de Gracias a Dios. Los casos de abusos por parte de un cura de Lyon, el padre Breynat, que se han juzgado hace unos meses, a niños desde mediados de los 80 en el marco de campamentos de verano, y encubiertos por otros miembros de la Iglesia Católica Apostólica Romana, ha sacudido a la sociedad y Ozon, que se ha caracterizado, en líneas generales, por tratar temas diversos y controvertidos, se ha armado de enorme valor para narrar estos terribles hechos en su último filme estrenado.
Gracias a Dios se remonta a unos años atrás, cuando Alexandre, casado y padre de cinco hijos, recibe con estupor la noticia de que el cura que abusó de él en su infancia vuelve a su ciudad y cómo mueve cielo y tierra para que este hombre, ya anciano, no quede impune.
Ozon, tras el resbalón de su anterior filme, El amante doble (2017), vuelve en plena forma tanto a nivel de historia como de contundencia narrativa, ya que desde el minuto uno se conocen de palabra los abusos sufridos por el protagonista al que da vida maravillosamente el siempre seguro Melvil Poupaud quien vuelve a trabajar con Ozon tras El tiempo que queda (2005) y Mi refugio (2009).
El actor fetiche de Raoul Ruiz, quien lo ha dirigido desde su debut siendo un niño en La ville des pirates (1983) y en otros filmes como La isla del tesoro (1985), Tres vidas y una sola muerte (1996), Genealogías de un crimen (1997), El tiempo recobrado (1999) o Misterios de Lisboa (2010) y en cuya carrera ha trabajado con directores de la talla de Jean-Jacques Annaud, en El amante (1992), Jean Becker, en Elisa (1995), Éric Rohmer, en Cuento de verano (1996), Arnaud Desplechin, en La chica de quince años (1989) y en Un cuento de Navidad (2008), o Xavier Dolan en Laurence Anyways (2012) asume el peso de la historia prácticamente en solitario durante muchos minutos de la película y transmite una verdad palpable como en un almuerzo donde revela a sus hijos lo que le sucedió.
Ozon consigue que la presencia del cura incomode bastante sobre todo cuando se le ve impartiendo catequesis y hablando del amor de Dios, pero, sobre todo, en la confrontación con Alexandre y en su inesperada justificación, (intentando buscar la compasión), de lo que hizo, aludiendo a que está enfermo, ha intentado curarse y no ha podido, el colmo de los colmos. Hay que decir que este personaje repugnante lo interpreta muy bien el veterano Bernard Verley en cuya carrera ha trabajado con Luis Buñuel, en La Vía Láctea (1969) y en El fantasma de la libertad (1974), Éric Rohmer, en El amor después del mediodía (1972) o Claude Chabrol, en En el corazón de la mentira (1999).
La película va subiendo enteros conforme se incorporan personajes, como otras dos víctimas, interpretadas por Denis Ménochet, quien trabajó con Ozon en la exitosa En la casa (2012) y sobrecogió como un terrorífico maltratador en Custodia compartida (Xavier Legrand, 2017). En Gracias a Dios muestra un impresionante cambio de registro, pero a un servidor le impactó particularmente la interpretación de Swann Arlaud visto en los cines españoles en filmes como El jardín de Jeannette (Stéphane Brizé, 2016) o Un héroe singular (Hubert Charuel, 2017) como una víctima delos citados abusos cuyas consecuencias han sido muy negativas, a nivel de salud mental y física, para ofrecer así un muestrario de las secuelas de una misma experiencia traumática en distintas personas. Con ellos se ve además la formación de la asociación, La palabra liberada conformada por víctimas de los abusos que se denuncian.
Ozon no se corta, como ya demostró por ejemplo tratando el tema de la prostitución voluntaria en Joven y bonita (2013), al tratar en Gracias a Dios un tema muy espinoso que también tiene su peso en la filmografía de otros directores como Pedro Almodóvar, que trataba el tema en La mala educación (2004), un tema que le venía de lejos ya que la semilla de ese filme es el personaje de Carmen Maura en La ley del deseo (1987), aunque un servidor tiene un recuerdo grabado a fuego del telefilme Los niños de San Vicente (John N. Smith, 1992), también basado en hechos reales, que rozó peligrosamente el límite de lo que podía mostrarse al hablar del tema que comparte con el filme de Almodóvar y el de Ozon que hacen de lo implícito y no mostrado gráficamente algo mucho más poderoso para el espectador que lo explícito.
Contando con una excelente fotografía de Manuel Dacosse y un sólido reparto que completan Éric Caravaca, Josiane Balasko, Hélène Vincent, Martine Erhel o François Marthouret (quien da vida al cardenal que encubre al cura y que pronuncia la frase que titula el filme en un contexto que es para escandalizarse) Ozon ofrece una película premiada en el Festival de Berlín con el Gran Premio del Jurado que incomoda a la Iglesia (normal) pero que la sociedad agradece porque hay actos que no deben quedar impunes bajo ningún concepto y robar la infancia de manera tan aberrante con consecuencias irreparables en la edad adulta (amparándose en una incompresible impunidad que se creen que tienen estos seres que un servidor considera carentes de humanidad) no tiene perdón, ni de Dios ni de nadie.
Ozon no se corta, como ya demostró por ejemplo tratando el tema de la prostitución voluntaria en Joven y bonita (2013), al tratar en Gracias a Dios un tema muy espinoso que también tiene su peso en la filmografía de otros directores como Pedro Almodóvar, que trataba el tema en La mala educación (2004), un tema que le venía de lejos ya que la semilla de ese filme es el personaje de Carmen Maura en La ley del deseo (1987), aunque un servidor tiene un recuerdo grabado a fuego del telefilme Los niños de San Vicente (John N. Smith, 1992), también basado en hechos reales, que rozó peligrosamente el límite de lo que podía mostrarse al hablar del tema que comparte con el filme de Almodóvar y el de Ozon que hacen de lo implícito y no mostrado gráficamente algo mucho más poderoso para el espectador que lo explícito.
Contando con una excelente fotografía de Manuel Dacosse y un sólido reparto que completan Éric Caravaca, Josiane Balasko, Hélène Vincent, Martine Erhel o François Marthouret (quien da vida al cardenal que encubre al cura y que pronuncia la frase que titula el filme en un contexto que es para escandalizarse) Ozon ofrece una película premiada en el Festival de Berlín con el Gran Premio del Jurado que incomoda a la Iglesia (normal) pero que la sociedad agradece porque hay actos que no deben quedar impunes bajo ningún concepto y robar la infancia de manera tan aberrante con consecuencias irreparables en la edad adulta (amparándose en una incompresible impunidad que se creen que tienen estos seres que un servidor considera carentes de humanidad) no tiene perdón, ni de Dios ni de nadie.
Este es un director más que interesante, En la casa, o Joven y boita me gustaron bastante, Buena reseña.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias, es un director muy imprevisible en el buen sentido, ya que no se ciñe a un género. Saludos
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