Decía una canción del cantante italiano Sandro Giacobbe, titulada El jardín prohibido: "La vida es así, no la he inventado yo". El vivir es enfrentarse a alegrías, tristezas y varapalos que, o no se aceptan y te hacen vivir en un limbo, o se tira hacia adelante aunque el recuerdo de lo sucedido sea imposible de borrar, todo por no poder decidir qué va a pasar, ni siquiera preverlo.
La obra de teatro La Isla del Aire, basada en el libro de Alejandro Palomas, y auspiciada por la malagueña Factoría Echegaray, se centra en diversos reveses que el vivir provoca y donde la ausencia de los seres queridos es de tal magnitud que parecen estar en el escenario. Centrada en cinco mujeres de una misma familia pero de distintas generaciones, esta obra supone un escalón más de su director, el sevillano Jorge Torres.
Torres cuenta con una sólida carrera donde destacan sus trabajos como ayudante de dirección del maestro José Carlos Plaza en obras de envergadura como las tragedias griegas Electra (2012) y Medea (2015), ambas con Ana Belén, o Hécuba (2013), con Concha Velasco, todas ellas estrenadas en el imponente marco del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, lacrimógenos dramas como El Padre de Florian Zeller (2016) con Héctor Alterio, así como, en el terreno lírico, con títulos como El Gato Montés o Los diamantes de la corona, donde también actuó. A ello hay que sumar su labor como actor en La noche de las tríbadas (2015) donde encarnaba magistralmente al escritor August Strindberg, El auto de los inocentes, que formó parte de la anterior temporada de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y por la que estuvo a punto de ganar el Premio de la Unión de Actores, o como corifeo potente tanto en La Orestíada (2017) como en Prometeo (2019), de nuevo en el festival emeritense con Plaza en la dirección.
La Isla del Aire no es la primera obra que dirige, ya que las mencionadas obras líricas las dirigió en Lisboa y El Gato Montés también en Los Ángeles, además de la obra de teatro Flores arrancadas en la niebla en la RESAD de Madrid junto a Raquel Escobar. El resultado de la obra que nos ocupa es una potente historia de sentimientos femeninos planteados de una manera clara y sencilla, lo cual es, para un servidor, una poderosa virtud. Torres es muy consciente de que el teatro es el arte de la palabra por lo que concentra su labor en las actuaciones del quinteto de actrices, sin descuidar los aspectos técnicos.
Las cinco intérpretes están espléndidas y supone, por la naturaleza de los personajes, un muestrario de distintas generaciones de profesionales del teatro. Ana Ibáñez da vida a la matriarca de la familia con gran seguridad en un personaje con varias capas y que pone sobre el tapete temas como la revelación de las verdades, las contradicciones de palabras y acciones y el comienzo doloroso de la demencia senil, que sobrellevan con entereza las demás mujeres de la familia, varias de ellas con dolores físicos y emocionales como la nieta interpretada con frescura por Itziar Luengo o la hija que interpreta María Martínez de Tejada, con una lesión en la pierna y anterior cuidadora de su madre. La segunda nieta, interpretada por Celia Pérez, afronta un conflicto emocional con aplomo mientras que la otra hija, encarnada por Montse Peidro, con quien Torres compartió escenario en las mencionadas La noche de las tríbadas, La Orestíada y Prometeo, encara el primer personaje contemporáneo al que un servido le ve dar vida. Lo que destaca de su personaje es que en ella da la sensación de que se concentra una pena no asumida: la ausencia de una tercera hija a la que la soprano, profesora de canto y musicoterapeuta Helena Alonso presta su bella voz.
Lo que queda claro en La Isla del Aire es que los personajes que no están en escena tienen mucho más peso del que podría parecer en un principio ya que ayudan a trazar de manera concisa y con pinceladas precisas las vidas de las protagonistas, algo que un servidor apreció especialmente, ya que le trajo el recuerdo de una de sus películas favoritas, Gente corriente (1980), el demoledor drama con el que el actor Robert Redford debutó en la dirección con apabullante éxito de público y crítica (Oscars incluidos), donde la muerte del hijo mayor, precisamente en un accidente marítimo, lastraba la vida posterior de la familia.
Con respecto a los aspectos técnicos, la escenografía de Javier Ruiz de Alegría y la iluminación de Michael Collis ayudan a ubicar tanto en el espacio como emocionalmente a los personajes mientras que el espacio sonoro de Arsenio Fernández, acompañado por la música de Israel López Estelche y la voz de la citada Helena Alonso acentúan el papel del mar en la historia, evocando historias de náufragos, sirenas y entes misteriosos así como leyendas o historias plasmadas en inolvidables canciones como, por poner un ejemplo, Naturaleza Muerta de Mecano.
La Isla del Aire, que puede verse online en este enlace, es una obra de sentimientos y dolor donde las mujeres muestran su fuerza a la vez que sus inseguridades, buenos ingredientes para verla. Un servidor, que ya lo hizo, anima a quien lea esta crítica a hacerlo.