miércoles, 27 de febrero de 2019

"Cambio de reinas": Doble matrimonio de conveniencia

Siglos atrás eran muy frecuentes, por desgracia, los matrimonios sin amor, en los cuales la razón capital para llevarse a cabo era emparentar unas familias con otras por motivos puramente económicos. En el caso de la nobleza y la realeza eran ya incluso un trato entre familias poderosas o acuerdos de Estado.

Un vergonzoso episodio, y que un servidor admite que, hasta saber de la película que va a hablar, desconocía, fue un acuerdo, a comienzos del siglo XVIII entre Francia y España:  Luis XV se casaría con una hija de Felipe V y Luis I, sucesor de éste, con Luisa Isabel, hija de Felipe II de Orleans, regente de Francia durante la minoría de edad del citado Luis XV. Un servidor reitera que el episodio es vergonzoso porque los dos matrimonios eran entre menores de edad, siendo más sangrante el caso de la hija de Felipe V, Mariana Victoria de Borbón, que tenía... 4 AÑOS.

Este pacto es el centro del filme franco-belga Cambio de reinas, dirigido por Marc Dugain, en el que es su segundo largometraje, y donde ejerce de coguionista, adaptando una novela de Chantal Thomas junto a la propia autora, especializada en libros de corte histórico. De hecho otro libro suyo dio lugar a la película Adiós a la reina (Benoit Jacquot, 2012) que protagonizaron Léa Seydoux y Diane Kruger centrada en María Antonieta. La colaboración, por cierto, de Thomas con Jacquot se extiende a un filme de próximo estreno, Dernier amour, centrado en la figura de Casanova con Vincent Lindon y Valeria Golino.

Volviendo a Cambio de reinas, hay que decir que es una demostración más de cómo los franceses hacen películas de época de manera ejemplar. Puede sonar reiterativo, pero maravillas como La reina Margot (Patrice Chereau, 1994), Todas las mañanas del mundo (Alain Cornaeau, 1991) o Ridicule (Patrice Laconte, 1996) han llegado del país vecino asombrando por sus buenos guiones y cuidadas ambientaciones. En el caso de Cambio de reinas ambos aspectos están muy bien cuidados.

La historia tiene un ritmo pausado pero que no llega a aburrir porque tiene la virtud de ir intercalando lo que ocurre en palacio en ambos países de manera dinámica. Además, los personajes están bien perfilados e interpretados destacando un medido Lambert Wilson como Felipe V, al que un servidor vio por última vez en pantalla encarnando a otro personaje real, Jacques Costeau en Jacques (Jérôme Salle, 2016). Pero quizás lo que llamó más la atención a un servidor fue el contraste (también la edad influye) en los caracteres femeninos que son parte de ese doble acuerdo matrimonial que no llegó a buen puerto.

La dulzura e inocencia de Mariana Victoria descoloca a un imberbe Luis XV y la rebeldía de Luisa Isabel desconcierta en la corte española y al propio Luis I, que no sabe qué hacer para complacerla. El filme tampoco elude las intrigas palaciegas y los intentos de llegar a lo más alto y de manejar los asuntos de Estado ninguneando al propio rey, lo cual se ve en la corte francesa, primero con el regente al que da vida Olivier Gourmet y luego el Duque de Condé, un prenda de cuidado. Tampoco hay que olvidar la actuación de la veterana Andréa Ferréol (presente en títulos como La gran comilona de Marco Ferreri, El último metro de François Truffaut o La noche de Varennes de Ettore Scola) dando vida a la Princesa del Palatinado, aportando su experiencia como actriz y como personaje, aconsejando a Luisa Isabel sobre su deber de cumplir lo pactado.  

Con exquisito gusto y pequeños momentos que son grandes por lo que significan, como el intercambio entre las dos jóvenes en el punto de encuentro establecido con el saludo de los séquitos de ambos países, Cambio de reinas es una lograda película de época donde la sombra de Luis XIV, el Rey Sol, es alargada y demuestra cómo todo acuerdo tiene sus pros y sus contras, aparte de ser un azote a la actitud que existía de tratar a las personas como marionetas que no tienen poder de decidir, sino que lo hacen otros. Sólo por dar a conocer este episodio de la Historia, y la elegancia con la que está mostrado, crítica feroz incluida, vale la pena visionar este filme de 2017 que, por fin ha llegado a las salas españolas.  

domingo, 24 de febrero de 2019

"María, reina de Escocia": Lentitud Real

Un servidor no está nada en contra de que se cuente una historia que ya se ha contado antes, ni al público, a la vista del éxito, por hablar de algo reciente, de Ha nacido una estrella (Bradley Cooper, 2018), cuarta vez que se cuenta, y la primera en los años 30 del siglo pasado. Tampoco pasa nada con personajes reales. Enrique VIII, por ejemplo, ha sido retratado en cine y televisión en multitud de ocasiones. Precisamente, con personas relacionadas con este monarca va el asunto que centra esta crítica.

María Estuardo e Isabel I de Inglaterra (la segunda, hija del citado monarca y de Ana Bolena) protagonizaron una de las rivalidades con mayor trascendencia de la Historia. La primera, viuda del rey de Francia, regresó a Escocia y suponía una amenaza para Isabel, ya que podía solicitar legítimamente el trono que ella ostentaba. Una serie de hechos, conspiraciones y supuestas traiciones acabaron con María sentenciada a muerte por una orden firmada por Isabel ya que fue acusada de conspirar para acabar con su vida. Pues bien, esta historia se ha contado ya varias veces. 

Directores como John Ford en 1936, en un filme donde María era encarnada por Katharine Hepburn o Charles Jarrot en 1971 con Vanessa Redgrave como María y Glenda Jackson como Isabel son ejemplos de aproximaciones a un episodio jugoso para hacer una buena película. La importancia de todo lo expuesto antes es que no pasa nada por volver a contar lo mismo. Lo esencial es hacerlo de una manera que no haga sentir al espectador decir: "Otra vez lo mismo y encima aburrido". Esto es lo que le ha ocurrido a un servidor con María, reina de Escocia, la ópera prima de la directora teatral británica Josie Rourke.

Teniendo como base el libro María Estuardo: La reina mártir, publicado por John Guy en 2004, la directora declaró que María e Isabel eran dos mujeres con más similitudes que diferencias y que pretendía reflejarlo en la película. 

Por otro lado, un servidor, como espectador, sabía de errores históricos antes de ir, como el encuentro entre ambas mujeres, algo que históricamente no está recogido en ningún lado (se rumorea incluso que fue secreto), pero bueno, es algo en lo que otras producciones también han incurrido y uno reconoce que, a nivel cinematográfico, es muy potente el momento. Este y otros hechos erróneos se pueden pasar por alto si la película, en su conjunto, entretiene, y no es el caso. El guión es plomizo y aburre hasta la extenuación, con total ausencia de intriga o emoción.

Un servidor podría cuestionarse a sí mismo pero resulta que en su colección particular de DVDs se encuentra un pack con Las hermanas Bolena (Justin Chadwick, 2008) y el díptico Elizabeth (1998) y Elizabeth: La edad de oro (2007) dirigidas por Shekhar Kapur y protagonizadas de manera espléndida por Cate Blanchett. Pues un servidor revisó la segunda del díptico donde, entre otras cosas, se narra el episodio con María Estuardo y es que, sin exagerarlo, le da tres mil vueltas al filme de Rourke en todo, hasta Samantha Morton dando vida a María está magnífica.

Se sabe que las comparaciones son odiosas pero es que el guión de María, reina de Escocia produjo cabezadas a un servidor y prolongadas caídas de ojos, con la creencia de que Morfeo rondaba a su alrededor. A esa lentitud hay que añadir el remate, con un final abrupto y precipitado, lo cual a un servidor dejó más a cuadros todavía.

La ambientación en general y el vestuario, en particular, de Alexandra Byne (ganadora del Oscar precisamente por la citada Elizabeth: La edad de oro) en particular, y que opta al Oscar este año es lo más llamativo porque hasta en el maquillaje meten la pata: A Elizabeth la muestran con viruela, las cicatrices, de la misma y luego con la cara blanca tan reconocible por tantos retratos de esa manera, pero un servidor no ve normal que a María se la muestre igual con dieciocho años que con cuarenta y cinco.

Por otro lado, se ha de decir que las dos actrices elegidas para ambos personajes hacen un trabajo digno pero que no destaca. Margot Robbie, de la que un servidor recuerda su trabajo en Yo, Tonya (Craig Gillespie, 2017) con agrado, hace lo que puede salvando los muebles como Isabel I, pero a veces parece que el papel le viene algo grande y Saoirse Ronan, a la que un servidor ha visto más asiduamente en pantalla por sus trabajos en Lady Bird (Greta Gerwig, 2017), En la playa de Chesil (Dominic Cooke, 2017) y La gaviota (Michael Mayer, 2018) la considera que mantiene el tipo como María Estuardo pero luego se va desinflando.

Por cierto, para los amantes de esta época histórica, se debe mencionar una miniserie, Elizabeth (Tom Hooper, 2005) que un servidor aún no ha visto pero sí fragmentos con Helen Mirren como la monarca inglesa acompañada de Jeremy Irons y que muestra la ejecución de María de una manera demasiado gráfica pero que, según informaciones, está muy lograda en su conjunto. Vamos, que tiene todo de lo que carece María, reina de Escocia, que no la salvan ni las actrices. Si el guión no es bueno, apaga y vámonos, y es para irse por su pausado y lentísimo ritmo carente de sustancia, haciendo que de lo que se cuenta se pierda todo el interés. 

viernes, 22 de febrero de 2019

"Cafarnaúm": Un adulto de doce años

Que la vida es dura se sabe desde siempre y los más desfavorecidos intentan sobrevivir como pueden. Estas situaciones son lamentables y penosas pero afecta más al que las observa o presencia cuando los pobres son ancianos, mujres o niños. Precisamente historias sobre estos últimos en situaciones muy precarias o ya directamente en la mendicidad tienen una tradición literaria muy antigua, como demuestran los libros inscritos en el género de la picaresca española, como, por ejemplo, el anónimo Lazarillo de Tormes, o (algunos con picaresca y otro no) saliendo de nuestras fronteras, muchos personajes de las novelas de Charles Dickens.

El cine tampoco ha sido ajeno a mostrar a niños o adolescentes intentando sobrevivir como se puede ver, por ejemplo, en muchas películas del neorrealismo italiano. Los protagonistas de estas historias tienen la característica de que maduran precozmente porque su situación no les deja otra salida que adoptar esa actitud. Y eso es precisamente lo que la cineasta libanesa Nadine Labaki ha querido mostrar en su último filme estrenado, Cafarnaúm, nominado al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa (segunda nominación consecutiva, por cierto, para la cinematografía de este país tras El insulto) y Premio del Jurado en Cannes, entre otros galardones internacionales.

Cafarnaúm, aparte de ser un lugar citado en la Biblia, significa caos o leonera en francés, según explicó la propia Labaki quien también tiene un papel en su cuarta película, de la que además es coguionista. Tras Caramel (2007), ¿Y ahora adónde vamos? (2011) y un segmento de Río, te amo (2014) Labaki se mete en el barro de lleno (metafóricamente,claro) para denunciar la situación de los menores de edad en estado de extrema pobreza, entre otros temas. 

Siguiendo la tradición de, por ejemplo, el cine iraní, de hacer a niños protagonistas de duras historias como la premiada Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004) o Buda explotó por vergüenza (Hana Makhmalbaf, 2007) Labaki nos presenta un juicio de un niño encarcelado por una agresión que demanda a sus propios padres por haberle traído al mundo. Esta insólita escena se explica perfectamente a través de la técnica del flashback donde se le muestra al espectador la forma de vivir de ese niño y del resto de su familia.

Con imágenes que parecerían de hace bastantes siglos atrás Labaki sumerge al espectador en el caos del título que es la zona pobre de Beirut y niños durmiendo encima de otros o encadenados por un tobillo para que no se escapen, incluso en plena calle ante la pasividad de los viandantes, son sólo unos ejemplos de las imágenes de un filme que es una patada demoledora a la conciencia, además de una feroz denuncia de la directora a la situación de su  país y a las actitudes de los padres de muchas familias, que viven entre la dejadez y la explotación de sus vástagos como si fuesen pura mercancía.

Un servidor ha intentado apuntar sólo una parte de lo que ofrece Cafarnaúm, un filme donde los inmigrantes ilegales también tienen cabida pero, en este caso, para contrastar cómo afrontan el tener hijos personas liibanesas y extranjeras. Las peripecias del niño protagonista, donde su actitud desafiante ante situaciones injustas es muy destacada (su estancia en la cárcel tiene que ver con la reacción ante una terrible noticia que recibe) son las principales bazas de una película que no se corta un pelo ni deja títere con cabeza. 

Labaki filma con tanta verdad que parece que se están a veces viendo imágenes reales pero la actriz, directora y guionista ha afirmado que nada de lo que se enseña en el filme es inventado y lo malo es que, desgraciadamente, no cabe duda de que dice la verdad ya que el lugar donde es recluido el protagonista previamente al juicio es tan desolador que es imposible que haya salido de la imaginación de alguien, lo cual también es una bofetada al sistema judicial.

Cafarnaúm es un filme necesario y contiene imágenes duras, pero hay veces que un arte como es el cine ha de mostrarnos realidades a las que a veces estamos ajenos o preferimos ignorarlas y no hay que olvidar que hay personas y, en este caso, niños, que viven en tal situación, que una sonrisa no les sale de manera natural, y eso es muy triste.    

jueves, 21 de febrero de 2019

"El candidato": El enésimo ídolo caído

Un servidor a veces no sabe si las cosas ocurren porque sí, o el azar juega un factor importante en algunos hechos. Pero lo cierto es que, desde septiembre del año pasado, han llegado a las carteleras españolas tres películas centradas en políticos estadounidenses reales. Primero fue El escándalo Ted Kennedy (John Curran, 2017), luego la premiada y nominada a los Oscar El vicio del poder (Adam McKay, 2018) y ahora ha llegado El candidato, también del año pasado. 

Vistas las tres se podría pensar que en Hollywood quieren demostrar que no tienen miedo a mostrar las miserias de sus altos cargos y quizás sea un aviso encubierto a Mr. Trump. Si el primer título se centraba en un oscuro episodio protagonizado por un miembro de una de las familias más famosas, no sólo de Estados Unidos, sino del mundo entero, y el segundo hacía un retrato del vicepresidente Dick Cheney en el que era mostrado no precisamente como un santo, sino más bien como un estratega consumado, ahora El candidato centra su atención en la figura de Gary Hart, el hombre que estuvo a punto de llegar a la presidencia en 1988 pero que no logró por el episodio que recrea el filme dirigido por Jason Reitman.

Caracterizado por mostrar realidades de una manera peculiar, Reitman, tras hacer un retrato un tanto especial sobre la maternidad en Tully (2018), con una entregadísima Charlize Theron, ahora produce, dirige y coescribe la historia de las tres semanas que propiciaron el fracaso político de Hart. El filme está basado en el libro All the truth is out de Matt Bai, quien es coguionista junto con el propio Reitman y Jay Carson, el cual desempeña tal labor por primera vez tras su implicación en la serie House of Cards como productor.

La película tiene diversas virtudes, como es el hecho, por ejemplo, de mostrar el papel fundamental de la prensa en la política en general y en el caso de Gary Hart en particular. A esto habría que añadir cómo se muestra el trabajo del equipo asesor de campaña de Hart comandado por un espléndido J.K. Simmons y donde no se deja escapar algún chiste sobre la cantidad de hombres que hay en ese grupo con el mismo nombre.

El mencionado papel de la prensa hizo, por la manera en que está mostrado, pensar en dos cosas: Que Hart no estuvo muy fino al desafiar a los periodistas a que lo siguieran para desmentir el rumor de una aventura amorosa. Los periodistas hicieron su trabajo y se descubrió el pastel. 

En segundo lugar, no deja de resultar curioso la labor del Washington Post en asuntos concernientes a la política y a otros temas de gran calado. No en vano fueron dos periodistas de este periódico los que destaparon el caso Watetgate, con las consabidas consecuencias para Richard Nixon y que Alan J.Pakula plasmó en la modélica Todos los hombres del presidente (1976) con la complicidad de un magnífico grupo de actores liderados por Robert Redford, Dustin Hoffman y Jason Robards, quien ganó su primer Oscar dando vida al editor de la publicación, Ben Bradlee, papel que también interpretaría Tom Hanks en Los archivos del Pentágono (Steven Spielberg, 2017) donde se destapaban unos engaños con respecto a la Guerra de Vietnam entre otras cosas. Y ahora, en El candidato, Alfred Molina asume tal función al ser uno de sus trabajadores quien recogió las desafiantes palabras de Hart.

En este tramo del filme se tiñe la trama de un logrado aire de thriller gracias al espionaje de periodistas del Miami Herald y que culminó en pruebas incontestables de algo que los votantes no permitieron ni consintieron.

Por lo demás El candidato cuenta la caída de un líder muy campechano y cercano por una ingenuidad por su parte y enseña la doble moral del pueblo estadounidense. Tras los escándalos de los Kennedy, a pesar del trágico final que tuvieron, no pareció que sus affaires afectasen a la imagen que el pueblo tenía de ellos. Un servidor nunca justificará una infidelidad pero, como espectador del año 2019, un servidor ve los hechos y la actitud de los votantes como veletas sobre todo si se recuerda el caso de Bill Clinton, aunque fuese posterior. Por lo tanto el filme de Reitman es correcto pero lo que cuenta, aparte de que son hechos conocidos, no deja de ser algo simplón (también porque Hart jugó con fuego y se quemó). Por su parte es curioso el papel que adquiere la supuesta amante de Hart.

En cuanto a los actores, aparte de los ya mencionados, no se puede negar el esfuerzo del carismático Hugh Jackman para interpretar a Hart, pero, siendo correcto, brilla en ciertos momentos pero no deslumbra como ha hecho cada vez que se ha puesto en la piel de Lobezno, de Jean Valjean en Los Miserables (Tom Hooper, 2012) o en otros personajes como los de El truco final (Christopher Nolan 2006) o El gran showman (Michael Gracey, 2017). Su composición es lograda pero no destaca. Los guionistas sí tienen la virtud de dotar de mayor entidad al la esposa de Hart, encarnada por la siempre resolutiva Vera Farmiga, quien ya trabajó con Reitman en Up in the air (2009). Durante la primera hora parece que no va a tener importancia pero le proporcionan unos momentos para lucirse en el último tercio del filme.

El candidato no es una mala película pero, visto lo visto, no cuenta nada del otro jueves, sólo muestra la manera en que una carrera brillante puede irse al traste por ser más chulo que un ocho al revés. 

jueves, 7 de febrero de 2019

"Cinco horas con Mario": Reencuentro con Carmen Sotillo

Un servidor ha vivido de todo en el teatro, pero por primera vez ha vuelto a ver, con casi diecisiete años de diferencia, la misma obra y con la misma actriz dirigida por la misma persona: Se trata de Cinco horas con Mario, uno de los monólogos de referencia del teatro español.

Es impresionante contemplar cómo una obra que tiene su origen en una novela de Miguel Delibes publicada en 1966 y adaptada al teatro en 1979 por el propio autor, José Sámano y Josefina Molina, directora a su vez del montaje, no haya perdido vigencia y que tenga tal fuerza la interpretación de la gran Lola Herrera, que un servidor haya disfrutado ambos montajes (el primero que vio fue en el año 2002) por igual en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, donde permanecerá en cartel hasta el domingo.

Esta crítica tiene una característica inusual: incluye declaraciones de la propia Lola Herrera de una entrevista que un servidor le hizo en 2014 con motivo de las representaciones en la capital hispalense de En el estanque dorado de Ernest Thompson que ella protagonizó junto a Héctor Alterio y Luz Valdenebro dirigidos por Magüi Mira

Sobre lo que supuso Cinco horas con Mario, Herrera declaró que "fue un antes y un después en mi vida profesional y personalmente, fue una inflexión. La función me llega con cuarenta y cuatro años cumplidos y estaba en esa edad en la que miraba hacia atrás y me cuestionaba muchas cosas. Cuando llegó me entusiasmé con el texto, pero sin llegar a pensar que llegara a ser lo que fue. Me dio un espaldarazo personal importantísimo y, además, me ayudó a acelerar ese balance que yo estaba haciendo". Su vida está tan ligada a esta obra que la actriz y la directora rodaron la película Función de noche (1981) donde Herrera se interpretaba a sí misma y tenía una conversación intensa con Daniel Dicenta entre función y función de esta obra precisamente.

Este montaje demuestra además la genialidad como escritor de Miguel Delibes (1920-2010). El autor de novelas fundamentales como La sombra del ciprés es alargada, su carta de presentación con la que ganó el Premio Nadal, El camino, Los santos inocentes o El príncipe destronado (todas ellas por cierto adaptadas a la gran pantalla) ofrecía una corriente de pensamiento de una mujer que vela el cadáver de su marido y lo hace a conciencia titulando la novela con el número de horas que, a ritmo normal se tardaría en leerla . Precisamente cuando se estrena la adaptación teatral de Cinco horas con Mario hacía sólo dos años del estreno de la adaptación a la gran pantalla del último título referido con el título de La guerra de papá, a cargo del añorado Antonio Mercero

Sobre el autor y la adaptación de la obra a los escenarios la gran actriz vallisoletana, (como el propio Delibes) declaró en su momento que "Miguel Delibes era un maestro. Él a veces decía que Josefina Molina y yo habíamos llegado más lejos que él, siendo el autor del texto, que habíamos visto cosas que él no había pensado".  Y acerca de los motivos para retomar un personaje como Carmen Sotillo a lo largo de los años (se cumplirán cuarenta años del estreno en noviembre) Herrera afirmó que: "Cada vez que volvíamos Josefina y yo a retomar la obra la veíamos desde otro ángulo porque sumaba lo que había vivido en ese tiempo más las otras mujeres que en ese tiempo había interpretado y eso te hacía ver desde otra perspectiva al personaje y te daba otros pasadizos, secretos como mujer y lo hacías desde un lugar diferente".

El origen de este montaje actual, producido por Sámano y Jesús Cimarro (lo explica la propia actriz en una cuartilla incluida en el programa de mano), está en el 50 aniversario de la publicación de la novela en 2016, por lo que Herrera retomaba un personaje que dejó de hacer en 2005 y que interpretó Natalia Millán en 2010

La característica principal de este monólogo se encuentra en la actitud de la protagonista y que Herrera explicó de manera muy clara, declarando que "Carmen habla, o, mejor dicho, piensa en la novela. Pero está llena de tópicos, de frustraciones y lo que dice es lo contrario de lo que siente. Es una incoherencia total. Ella habla por boca de ganso, lo que ha aprendido, como la han enseñado, en lo que se ha educado, pero ella está rebelada porque ella se ha perdido muchas cosas y eso lo puedes llevar hasta el infinito".

Esta maravilla teatral, a nivel de puesta en escena, conserva la escenografía, sencilla pero esencial del maestro Rafael Palmero y la música de Luis Eduardo Aute. En esta ocasión la iluminación, precisa, intensa y más sombría cuando se requiere es de Manuel Maldonado. Pero lo que deja asombrado a un servidor, es lo actual que suena gran parte de lo que se dice en la obra a pesar de que quien habla es una mujer de los años sesenta del siglo pasado. Las diferencias entre hombres y mujeres a nivel social, de comportamiento e incluso amoroso y sexual se combinan con revelaciones de Carmen a su marido fallecido, Mario, como si estuviese vivo, pero, por motivos lógicos, no puede replicarle. Esto propicia una revelación de secretos y deseos que en otro contexto hubiese sido inconcebible.

Cinco horas con Mario es una cumbre de nuestro teatro interpretada de manera extraordinaria, pero, todo hay que decirlo, siendo Lola Herrera quien lo hace, no es de extrañar en absoluto, ya que es una dama de la interpretación, por lo que todo lo que se diga sobre sus cualidades interpretativas no es novedad en absoluto sino una nueva constatación de una profesionalidad y energía maravillosas, demostrando además que una obra estrenada hace casi cuatro décadas puede tener la misma fuerza que el día de su estreno, el cual, ojalá, un servidor, hubiese vivido.

FOTOS: DANIEL DICENTA HERRERA

miércoles, 6 de febrero de 2019

"Green Book": El pollo frito de Kentucky

El destino a veces es curioso. En la crítica previa a ésta un servidor se quejaba de que Barry Jenkins no tratara como se debía en El blues de Beale Street el tema del racismo. Pues la siguiente experiencia ha sido la opuesta. 

Green Book, la primera película en solitario de Peter Farrelly, supone un acercamiento al mencionado tema de una forma directa, con el aliciente de estar basado en hechos y personajes reales. El cineasta, alejado de las comedias que escribió y dirigió con su hermano Bobby como Dos tontos muy tontos (1994), Algo pasa con Mary (1998) o Amor ciego (2001), coescribe el guión sobre la relación primeramente laboral que surgió, en los años sesenta, entre el pianista de música clásica Don Shirley y Tony Lip en un viaje en coche donde el segundo fue chófer del primero durante una gira de dos meses por varios estados de la América profunda.

En esta película se da la circunstancia de que es coguionista de la misma el hijo de Tony, Nick Vallelonga, por lo que el componente emocional está servido. La película muestra de manera muy creíble la vida en Estados Unidos hace medio siglo y el contraste entre dos hombres: uno, italoamericano, curtido en las calles del Bronx, la escuela de la vida, como suele decirse y otro, afroamericano, que se mueve en un entorno de éxito y elitista en el que no evita la discriminación.

Podría parecer una película vista muchas veces pero Green Book (título referente a una guía de color verde de hoteles en los que las personas de raza negra tenían permitido alojarse y que es básica en el viaje que se muestra en el filme) muestra la construcción de una amistad que tiene su origen en un trabajo pero, poco a poco, los dos personajes se ayudan y aportan mutuamente cosas que les hacen mejorar y ver la vida de una manera distinta. Precisamente el pollo del título de la crítica es el centro de una escena que constituye el primer punto de inflexión importante de la historia.

Un servidor considera que Green Book muestra a dos hombres con más capas de las que en principio muestran y donde es inevitable hablar de los actores que les dan vida. Mahershala Ali, Oscar al Mejor Actor de Reparto hace dos años por Moonlight del citado Jenkins, compone a Don Shirley aportando su físico y elegancia que cautiva desde que aparece en pantalla. Además muestra la educación del personaje, sus debilidades al mismo tiempo que su saber estar, ejemplificando las distintas caras y máscaras que puede tener, y con razón, una misma persona, que no es lo mismo que ser falso, ojo. Ali repite candidatura en la citada categoría y un servidor lo ve favorito aunque no vea correcta la decisión de no considerarlo Actor Protagonista

Por su parte, Viggo Mortensen interpreta, yendo de menos a más, a Tony Lip. Su físico (con una barriga algo más prominente de lo que se está habituado a verle al eterno Aragorn de El señor de los anillos de Peter Jackson) y su descaro casan con lo que se espera del personaje: una desenvoltura, ya que viene de vuelta de todo, y una visión mucho más básica de las cosas. En algunos momentos tosco, eso no impide que afloren los buenos sentimientos en él, que ya de por sí no los tiene porque, si no, el personaje no hubiese aceptado el trabajo que se le ofrecía por mucho que le pagasen.

A nivel de reparto para un servidor fue muy grato volver a ver a Linda Cardellini interpretando a la mujer de Mortensen. Inolvidable en la serie Urgencias, su personaje mantiene siempre un carácter positivo y tolerante dentro de lo que es ese núcleo familiar italiano.

Con una buena recreación de la época que retrata, Green Book es un canto a la amistad y a la tolerancia, resaltando valores como la igualdad pese al distinto color de piel y otros aspectos (un servidor no es específico al respecto para evitar un spoiler) y una escena del personaje de Ali observando a hombres y mujeres afroamericanos trabajando en el campo dice mucho de un filme donde se empatiza con los personajes pero también da una gran lección de cómo hacerlo con el prójimo, con un claro mensaje antidiscriminatorio. 

Aunque inevitablemente se acuerde uno de Paseando a Miss Daisy (Bruce Beresford, 1989) pero a la inversa y en clave masculina el filme de Farrelly se queda en el recuerdo por esa citada amistad que derribó todas las barreras en un momento histórico donde hacer cosas como las del personaje de Mortensen era ir a contracorriente, por no hablar del personaje de Ali. Pero todo eso deja un servidor que el lector de esta crítica lo descubra por sí solo. Viajen con ambos actores, déjense llevar y coman pollo frito saboreándolo con deleite.   

viernes, 1 de febrero de 2019

"El blues de Beale Street": Potencia desaprovechada

Frustración. Esa es la palabra que definiría la sensación de un servidor al salir de ver El blues de Beale Street, la nueva película de Barry Jenkins. El director de la oscarizada Moonlight (2016), con polémica y ya histórica confusión de sobres incluida, ha adaptado la novela escrita por James Baldwin en 1974 y el resultado, desde un punto de vista personal, es decepcionante.

Las razones para que un servidor se exprese así sobre este filme son varias. Pero, para empezar por lo que más le chirrió, es la sensación de que el director tuviese en las manos temas contundentes como racismo, crimen con aparente falso culpable y una historia de amor y hace una película de tono plano aplastante.

Si se echa la vista atrás, los temas mencionados, combinados o por separado, han dado lugar a auténticas joyas como Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), modélica adaptación de la novela de Harper Lee por la que Gregory Peck obtuvo el Oscar, Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) la cual supuso el segundo de los cuatro Oscar que ganó Katharine Hepburn, o acertados acercamientos a figuras clave en la lucha por la igualdad racial como Malcolm X (Spike Lee, 1992) y más recientemente Ava Duvernay trató la figura de Martin Luther King en Selma (2014) y Kathryn Bigelow consiguió una veraz aproximación a la tensión por cuestiones racistas que se vivía en los años sesenta en la espléndida y contundente Detroit (2017).

Con todos estos antecedentes, y más que se podrían citar, lógicamente, se demuestra lo que ni por asomo logra El blues de Beale Street. El filme trata sobre una pareja joven de color en los años 70 que ve cómo su proyecto vital se trastoca drásticamente por la detención del varón acusado de violar a una mujer latina. Esto es un material de primera pero Jenkins lo ha desperdiciado con escenas innecesarias, unos flashbacks que más que enriquecer la historia hacen al espectador alejarse de ella y una planificación cansina sobrando, para lo que en realidad cuenta, más de media hora y, lo que es peor, no dejando resuelto ninguno de los puntos de interés con los que el filme arranca.

Es una lástima todo lo que un servidor ha expuesto porque Jenkins muestra una hermosa historia de amor de una pareja con ilusiones, recreándose en una primera relación íntima (que parece indicar que lo es para ambos) con mucha delicadeza, ejemplificando lo que es hacer el amor literalmente.

Sin embargo ese tipo de escenas no se ven compensadas por muchas otras como un enfrentamiento entre las familias de la pareja sin que aporte nada, con un apunte desacertado de fanatismo religioso que deriva en una reacción violenta o unos retorcimientos de la protagonista debido a las patadas del feto en su interior que (y esto un servidor lo ha consultado a madres y padres) están bastante exagerados, o conversaciones en la cárcel sin emoción alguna. Las de El tercer asesinato (Hirokazu Kore-eda, 2017) siendo entre hombres tienen mucha más miga a nivel argumental y visual por ejemplo.

Además un servidor no aprecia una buena ambientación para estar situada la acción en los años 70 del pasado siglo ni tampoco el tema del racismo hostil de la época se muestra con la contundencia que un tema así debiera (unas fotos y una voz en off mal usada no sirven para nada a la hora de abordar este controvertido asunto).     

A nivel de interpretaciones un servidor se moja y considera que de cara a los Oscar, Rachel Weisz en La Favorita le da muchas vueltas a Regina King en el filme de Jenkins, estando muy bien, todo hay que decirlo, dando vida a la madre de la protagonista, la debutante en el cine KiKi Layne. Su compañero sentimental en la ficción Stephan James, no trasmite esa misma ternura, al contrario, una cara inexpresiva que lastra momentos potentes como un reencuentro con un amigo que podía haber sido emocionante y es plano absolutamente.

Pero lo que más rebota a un servidor es cómo está tratada la historia para intentar sacar de la cárcel al joven. Ese era un punto fuerte y hay una falta de conexión entre escenas aparte de la ya mencionada falta de pulso dramático que, cuando llega a la última escena, se contempla un final abierto realizado de una manera burda que deja con la sensación de haber perdido dos horas.

Un servidor, en otras circunstancias, no hubiese escrito algo tan radical (a veces incluso ha optado por no escribir) pero El blues de Beale Street promete tanto y da tan poco que no le ha quedado más remedio que dejar constancia de su descontento. Una duda ¿cuánto le habrán pagado a Diego Luna y a Pedro Pascal para aparecer en este filme?